Entre obispos anquilosados y
clérigos patanes, la causa del cristianismo está perdida en España. La
ignorancia y la radicalidad se ha apoderado de una alta jerarquía eclesiástica,
que empaña el mensaje de la Iglesia española. Los tiempos avanzan pero muchos
obispos españoles han decidido quedarse en otra era. Los nefastos comentarios
acerca de la homosexualidad, o sobre la pederastia están ahondando en la
separación entre Iglesia y sociedad civil, abismo que cada vez se hace más
insalvable. Ante esto, el verdadero mensaje del cristianismo, que no es otro
que paz, solidaridad y amor fraternal, se encuentra cada vez más ahogado. La
labor que ejercen Cáritas y muchísimas iglesias españolas de barrio no alcanza
repercusión. Esto también, por supuesto, es culpa de una sociedad que busca el
morbo y la polémica antes que los buenos actos.
Entre la Iglesia española falta
la autocrítica. Falta el darse cuenta de que los tiempos cambian. Falta darse
cuenta de que en el pasado las cosas se hicieron mal. Que la ignorancia de
otros no puede ser motivo de seguir persistente en tesis ancladas, no ajenas a
la realidad. La Iglesia debe dejar el odio y el rencor a un lado, meter para
siempre las condenas a actos y prácticas hoy respetables en el baúl del pasado
más oscuro. Una nueva España crece ante nuestros ojos, y si el gran mensaje del
cristianismo quiere permanecer presente en ella debe cambiar. Eliminar a toda
esa casta de obispos anacrónicos y clérigos serviles que han acabado con la
credibilidad del mensaje de la Iglesia y la labor de tantos y tantos anónimos.
Comedores sociales, donación de
alimentos, residencias de ancianos, programas de empleos, sanidad y educación
en el Tercer Mundo y un largo etcétera. Por poner algunos ejemplos que las
muchísimas actividades que llevan a cabo en la sociedad instituciones y
personas asociadas a la Iglesia, que ven empañada su labor por culpa de obispos
meapilas que parecen que aún no saben lo que fue el Concilio Vaticano II.
Por todo esto, hoy, la necesidad de reforma es más acuciante que nunca.
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